Sigmund Freud, de él hablo.
Integra ese pequeño, pequeñísimo grupo de personas después de las cuales nada puede seguir siendo pensado como antes. Freud mismo se integraba a una terna de quienes habían propinado golpes fatales a nuestro antropocentrismo, a nuestro narcisismo. Los otros dos eran Copérnico y Darwin (se le olvidó Marx, pero nadie es perfecto). A 72 años de su muerte (Londres, septiembre 23, 1939) su nombre es reverenciado por algunos, repudiado por otros y aún despreciado por otros más (En mi experiencia, en estas dos últimas categoría forman abrumadora mayoría los que no lo han leído y repiten lo oído por allí: un típico ejemplo lo dan quienes dicen "ya está superado" o quienes repiten "era un cocainómano", con lo cual quieren decir que la obra freudiana no es un parteaguas del pensamiento humano sino el producto delirante de una mente intoxicada). La obra de Freud está incompleta y es perfectible y eso seguirá así. Es una buena noticia porque sólo los dogmas están cerrados en sí mismo. Su obra magna, el Psicoanálisis es una Weltanschauung de la que se deriva una técnica terapéutica, aunque históricamente haya sucedido a la inversa.
Mirando retrospectivamente mi propia vida (el aniversario ayuda y provoca) me encuentro otra vez con la importancia fundamental que tuvo -y tiene- para mí. No sólo porque es mi identridad profesional sino por la enorme deuda contraída a lo largo de mi vida con mis terapeutas y mis maestros.
Hoy quiero dejar aquí algunos nombres que para mí están ligados con el de Freud. Mis terapeutas ("culpables" de que no esté más loco de lo que estoy): en Argentina, Carlos "Charlie" Paz, Joel Zac. En Mexico: Luis Moreno Corzo, Hernán Solís Garza. Mis maestros y mis fuentes: David Liberman -de quien aprendí que son la comunicación y el diálogo psicoanalítico; Mauricio Goldenberg -que no era psicoanalista pero como si lo fuera; Juan Vives -sin duda el mejor supervisor clínico que tuve.
Y quiero dejar aquí también testimonio de mi gratitud y reconocimiento a la persona más buena y generosa que conocí en mi vida, el doctor Marco Antonio Dupont. Marco Antonio es psicoanalista -no dudo que el mejor que hay en todo México y con una vasta obra publicada- pero yo no fui su paciente. Marco Antonio fue la persona que, cuando llegué exiliado a México, donde no conocía a nadie, me llevó a vivir con su familia hasta que llegara la mía y consiguiéramos donde alojarnos, que me ayudó a instalar mi primer consultorio, me derivó mis primeros pacientes y, en fin, que siempre estuvo allí.
Todo eso, al fin y al cabo, también se lo debo a Freud. Hoy creo apropiado y quiero recordarlo.
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