No tenía la mirada triste y sin luz.
Por el contrario, esta vez parecía que había hecho los
deberes y tomado la sopa.
El Presidente Obama, en el segundo de sus tres debates
con Mitt Romney, se mostró activo, agudo y atacó a su oponente con saña,
agudeza y humor.
Los “obamistas” quedamos más tranquilos y con la
esperanza de que este debate haya borrado la mala impresión que dejo el
Presidente en el anterior y que gatilló el ascenso de Romney en las encuestas.
El Presidente tuvo momentos brillantes.
Cuando un participante le preguntó a Romney en que se iban
a diferenciar sus políticas de las de George Bush, Obama aprovechó para remover
el maquillaje de “moderado” con que Romney se ha pintado recientemente para
conseguir el voto de los considerados “independientes”:
“El gobernador[i] va a ser aún más
extremista que el Presidente Bush: Bush bajó todos los impuestos, no sólo los
de los más ricos; Bush no intentó destruir Medicare convirtiéndolo en un
programa de vouchers; Bush propuso una seria reforma de las leyes de
inmigración, no hacerles imposible la vida a los inmigrantes hasta que se 'auto-deporten'
como propone el gobernador”.
Estamos ahora más optimistas, claro, aunque algunos
expertos progres siguen viendo las cosas muy negras. Peter Beinart -un comentarista a quien respeto-, por ejemplo, sostiene aquí que la aureola de éxito con que Romney se envolvió en el
primer debate fue la excusa que los votantes indecisos anti-Obama necesitaban
para resolver votarlo, que esos votantes ya no cambiarán de idea y que sus
votos le darán el triunfo a Romney.
Quiero pensar que NO tiene razón. Pero, como dije en un
posting previo, lo más seguro es que quien sabe.
[i] En público –y por
cortesía- es costumbre en este país el dirigirse a los ex funcionarios públicos
usando el cargo más alto que hayan ocupado en el pasado (Romney fue gobernador
de Massachusetts).
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