Jonathan Chait es el columnista de Política y Cultura de la revista New York. Recientemente publicó un artículo donde sostiene que los mensajes políticos que provienen de Hollywood -y que se expresan a traves de la televisión y el cine- han girado ciento ochenta grados en los últimos sesenta años y que son cada vez menos conservadores y más progresistas. Se puede o no estar de acuerdo con su tesis, pero Chait la expone de un modo interesante y por eso traigo aquí las partes más significativas de su artículo. Es bastante largo, así que esta es sólo la primera parte. OK?
En Su Pantalla: La Vasta Conspiración Izquierdista (I)
Por Jonathan
Chait
Hace dos décadas
la ira conservadora en contra de la cultura popular ardía tan intensamente que
parecía en ese entonces que Hollywood había venido a llenar el vacío de miedo
que el fin del comunismo había dejado en la derecha. La cólera resultó en una serie interminable de
escaramuzas. En 1989, después de ver un episodio de la sitcom Casado con hijos que incluyó un hombre
gay y una mujer quitándose el brassiere, un ama de casa que vivía en Michigan, Rakolta
Terry (cuya hermana, Ronna Romney, se casó con el hermano de ... sí, él), lanzó
una cruzada nacional contra la serie. El entonces vicepresidente, Dan Quayle,
pronunció un discurso denunciando a Murphy
Brown (de la serie homónima) por haber tenido un hijo siendo soltera. Grupos
tales como Líderes Cristianos por una Televisión Responsable o el de la misma Rakolta, Americanos por una
Televisión Responsable, intentaron boicotear esas series. Se organizaron
mítines anti-Hollywood que atrajeron a miles de concurrentes.
El país estaba
"involucrado en una Kulturkampf", según el congresista republicano de
Illinois Henry Hyde, una "guerra entre culturas y una guerra sobre el
significado de la cultura." Los progresistas también consideraron que la
campaña conservadora contra Hollywood amenazaba su modo de vida. "Estamos en medio de una guerra
cultural", anunció el vicepresidente de People for the American Way, grupo
fundado por el progre productor de TV Norman Lear. En su discurso de apertura
en la convención republicana 1992, Pat Buchanan exhortó a su partido para
luchar (o, a su juicio, contraatacar) en una "guerra cultural, tan crítica
para la nación que un día será vista como equivalente a la mismísima Guerra
Fría. "
Cuando Buchanan pronunció
ese terrorífico (o estimulante) discurso en Houston, hubiera sido imposible
imaginar que veinte años más tarde todos los rastros de esta guerra habrían
desaparecido de la escena política nacional. En el website de la campaña de
Mitt Romney, bajo el rubro "Valores" se enumera la oposición
inquebrantable de Romney contra el aborto y el matrimonio gay y contra el uso
de células madres para la investigación científica pero no hay referencia
alguna al estado de la cultura, y mucho menos alguna denuncia contra Hollywood
o sus “sucios mercaderes”. Una explicación inmediata es que la cultura popular ya
no provoca disensos, o que la guerra cultural le ha dejado el lugar a la guerra sobre el
papel del gobierno en la economía. La realidad es más incómoda: que la guerra cultural la ganaron los progres
por goleada y los conservadores han perdido toda esperanza.
No se necesita
ser devoto del cine o la televisión para detectarlo. Esos Líderes Cristianos
mencionados más arriba estarían despotricando contra series como Modern Family o las muchachas de Girls… si aún existieran; esos grupos
desaparecieron hace rato. Películas como Margin
Call, Too big to fail o la
secuela de Wall Street son portavoces
descarados del punto de vista progresista sobre la crisis económica. No hay
productos similares del lado conservador. El patriotismo de Rambo, tan popular
en los 80s -y que parecía que iba a resurgir con fuerza después de Septiembre
11- ha desaparecido[i].
En su lugar tenemos series como Homeland, que explora las complejas causas del
terrorismo y estrellas de acción como Jason Bourne, cuyos enemigos no son
extranjeros malvados sino paranoicos a la Dick Cheney. Contra la negación
conservador del cambio climático tenemos advertencias como Ice
Age 2: El Deshielo y el misticismo abraza-árboles de Avatar. La última década también ha visto un resurgimiento de
películas y programas políticos, como Veep
y La Campaña, donde los “pesados” son
los magnates petroleros. Hasta los Muppets tienen un perforador de petróleo malo
llamado "Tex Richman".
En resumen, el
mundo de la cultura popular refleja cada vez más una realidad compartida en la
que el Partido Republicano o bien está ausente o es anatema. Esa realidad es
asumida, en particular, por los votantes más jóvenes, cuyo apoyo se ha
convertido en la piedra angular del Partido Demócrata.
Un miembro del
equipo de reelección del presidente Obama –John Heilemann- dijo recientemente a
esta revista que planeaban pintar a su
oponente como un hombre fuera de tiempo. Mitt Romney es "de los años cincuenta, es
retro, camina hacia atrás." Esto puede parecer a primera vista como una
especial referencia a Romney, pero la línea de ataque habría estado disponible
en contra de cualquier candidato republicano, Rick Santorum, Michele Bachmann,
Rick Perry, o cualquier otro de los reaccionarios adustos que podrían haberse
llevado la nominación. El mensaje se transmite de mil maneras, tanto obvias como
sutiles –y es devastador: Tina Fey, por ejemplo, imitando a Sarah Palin. Obama –en
cambio- aparece en el programa de Jimmy Fallon “sincerando las noticias”.
Cuando en Mayo Joe
Biden apoyó la legalización del matrimonio entre homosexuales citó Will & Grace como el factor independiente más importante para la
transformación de la opinión pública sobre el tema. Al hacerlo, en realidad
confirmó el temor abrigado por los conservadores durante muchos años: que una
camarilla de “elitistas” de Hollywood había llevado a cabo exitosamente una
campaña de propaganda que había transformado en mayoritaria la opinión de una
minoría. Pensemos la cosa desde el punto de vista conservador: imaginemos que
los espectáculos que usamos como entretenimiento se burlen de nuestras convicciones
y que nos digan que ciertos valores que creíamos indiscutibles no son sino
prejuicios bastante repugnantes. También estaríamos enojados.
Desde el vamos
pendió sobre la industria del cine el miedo a algo semejante.. Hollywood fue
fundada por inmigrantes judíos que vivían aterrorizados por la posibilidad de
que su judaísmo hiciera que la “América conservadora” los sospechara de abusar
de su poder cultural. Los magnates se envolvieron entonces en “americanismo” apagando cualquier sospecha de
que sus películas quisieran cuestionar o transformar la cultura.
Lejos de ser
radicales, adherían con todas sus fuerzas al Establishment. . Los jefes de
estudio apoyaron a los presidentes
republicanos de los años veinte, muchos apoyaron a Franklin Roosevelt y luego a Dwight
Eisenhower. Sus actores, y especialmente sus escritores, se inclinaban hacia la izquierda,
incluyendo una pequeña facción comunista que luego desapareció. Pero los
magnates ejercían el control implacable sobre sus propios estudios. Cuando Upton
Sinclair realizó una campaña populista para gobernador de California en 1934, los
estudios lo sabotearon con una campaña de propaganda masiva. Distribuyeron en
todo el estado falsos "noticiarios" donde contrastaban las
entrevistas con los partidarios de Sinclair con las hechas a los de su oponente
republicano, Frank Merriam. Estos últimos eran californianos honrados; los de
Sinclair, en cambio, eran tipos mal entrazados, de acento extranjero,
amenazante vagabundos despeinados que hablaban inglés con acento extranjero y que
viajaban a California en vehículos en mal estado con la esperanza de “exprimir
el paraíso socialista de Sinclair."
Los estudios emplearon para esto actores de películas clase B.
En los años
cuarenta, una facción de los conservadores de Hollywood formó la Alianza
Cinematográfica para la Preservación de los Ideales Americanos. Supuestamente
su misión era suprimir la amenaza
comunista que pretendía "pervertir este medio y convertirlo en un
instrumento para la difusión de ideas y creencias antiamericanas." En realidad,
la Alianza era una organización empresarial reaccionaria. Se distribuyó una
Guía para que los estudios aplicaran filtros ideológicos a las películas. Para escribir su guía la Alianza contrató a una
inmigrante rusa de ultra derecha, Ayn Rand.
La Guía advertía que los comunistas no operaban
abiertamente sino que deslizaban sutiles mensajes en los guiones. "Su
propósito", escribió la Rand, ”es corromper nuestras premisas morales introduciendo
pequeños trozos de propaganda en historias por lo demás inocentes”. Su método principal,
de acuerdo con la Guía, era retratar negativamente a los ricos. Advirtió que
los estudios no debían permitir imágenes negativas de los industriales.
"No escupa en su propia cara o, peor aún, no les pague a esas ratas miserables
que lo hacen. Usted, como productor de cine, es un industrial y debe defender a
los suyos”.
Los estudios, por
temor a ser acusados de comunistas, fueron muy cuidadosos. Este es el periodo
que hoy los conservadores recuerdan con la nostalgia ejemplificada por la
pregunta de Tony Soprano: “¿Qué pasó con Gary Cooper?”. (Como suele suceder, Cooper
fue un destacado partidario de la Alianza Cinematográfica para la Preservación
de los Ideales Americanos).
Pero en los 50s
el sistema de los grandes estudios comenzó a desintegrarse y, desde luego, igual
suerte corrió el poder de los magnates. A partir de los años sesenta, Hollywood se ha convertido en una industria
casi uniformemente demócrata.
A partir de los
años setenta la cultura popular comenzó a despojarse de su timidez de la posguerra
y a presentar una imagen de los Estados Unidos irreconocible para los criados en aquellos
años de “los buenos y los malos”. Los significantes morales no sólo habían
desaparecido sino que se habían invertido por completo: los héroes se
convirtieron en villanos. Un estudio de 1991 encontró que el 40 por ciento de
todos los asesinatos en la televisión eran cometidos por hombres de negocios.
En la era dorada de Hollywood, escribió el conservador crítico de cine Michael
Medved, "que un personaje apareciera en la pantalla con el clásico cuello almidonado
de los clérigos era una señal para indicar que era una persona buena y virtuosa
y que el público debía verlo con aprobación." En los años setenta, la religión
había llegado a significar hipocresía o pecados aún más siniestros.
[i] “24” fue su modelo. Pero apareció, brilló
intensamente y luego murió sin dejar herencia.
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2 comments:
Ud sabe que discutiendo con un familiar llegamos a la conclusion inversa.
En mi memoria tengo memorables peliculas pacifistas o al menos democraticas... ahora Hollywood nos regala a Kate Bigelow que con un par de pelis nomas se puso la camiseta belica con todo
Nando: Entiendo su posición. Por eso escribí que se puede estar de acuerdo con el articulista o no. Usted me menciona a la Bigelow; supongo que se refiere a su película "The Hurt Locker", (no sé como se llamó en Argentina). Yo le puedo contestar con "En el valle de Ehah", un alegato antibélico impresionante como nunca he visto otro. ¿Vio esa película? Se la recomiendo con una advertencia: es muy buena pero también muy, muy amarga.
Eddie
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