Lo que sigue es el resumen de un artículo publicado en la revista dominical del New York Times el pasado 22 de noviembre y firmado por Andrew Rice. Los cumpas me perdonarán pero el texto es demasiado largo como para traducirlo íntegramente. De todos modos, los fragmentos destacados SI son literales en el original. Si alguien quiere una traducción en su totalidad de algún párrafo específico, por favor hagannmelo saber. (Eddie)
El Dr. Robert Ziegler, botanista, fue invitado a reuniones de alto nivel con autoridades de Saudi Arabia que están preocupadas por el futuro de sus fuentes de alimentos. Los líderes sauditas estaban aterrorizados: siendo que dependen mucho de las importaciones, habían visto -en los últimos 3 años- como los precios del arroz y del trigo fluctuaban violentamente en los mercados, a veces duplicándose en unos pocos meses. Ricos en dinero petrolero pero pobres en tierra cultivable, querían una estrategia que les asegurase que podrían satisfacer el apetito de su creciente población.
Hay dos modos básicos para aumentar el suministro de alimentos: extender la tierra cultivada o incrementar el rendimiento de las que ya existe. Ziegler, director del Instituto Internacional de Investigación del Arroz, se dedica al segundo. En los años 60s el Instituto desarrolló el "arroz milagroso", que salvó a millones de padecer hambre. Creyó que los saudíes estaban interesados en sus técnicas. Pero no: querían usar el otro método. Querían conseguir tierra.
Le dijeron a Ziegler que disponían de miles de millones de dólares para crear plantaciones de arroz y otros cereales en naciones africanas como Mali, Senegal, Sudán y Etiopía. Ziegler estaba estupefacto, tanto por la audacia del proyecto como por el sitio elegido. África, el continente más hambriento, no puede alimentase a sí mismo, mucho menos a mercados extranjeros.
Ziegler estaba siendo testigo de un test de los recursos mundiales de alimentos que había comenzado a tomar forma fuera del foco habitual del escrutinio internacional. Algunos factores -unos transitorios como los altos precios, otros intratables, como el aumento de la población mundial y la creciente escasez de agua- han creado un mercado para las tierras arables. Naciones ricas pero sin recursos naturales buscan establecer su producción de alimentos en lugares donde los campos son baratos y abundantes. El grueso de la tierra cultivable ya está en uso en un 90%, de modo que esos países buscan lugares subdesarrollados como África.
Según un estudio del Banco Mundial y de la FAO, una de las últimas reservas mundiales de tierra "sub-usada" lo constituyen los 400 millones de hectáreas de la Sábana de Guinea, una franja en forma de enorme media luna que abarca el oriente de África desde Etiopía hasta Congo y Angola.
Inversores extranjeros -representando tanto gobiernos como intereses privados- prometen construir infraestructura, traer tecnología, crear puestos de trabajo y aumentar la productividad. Y encontraron que gobiernos empobrecidos a menudo están pero muy bien dispuestos a ofrecerles tierras a precios regalados.
Algunas transacciones fueron muy publicitadas (Kenia arrendándole 40.000 hectáreas a Qatar a cambio de financiar un nuevo puerto). Otros tratos, algunos implicando superficies enormes, se cierran silenciosamente.
Los inversores creen estar confrontando un terror básico: que algún día no se consiga comida a ningún precio.
Desde aproximadamente 1975 a 2005 los precios de los granos cayeron un 50% y algunos creyeron que no había límites a la sobreoferta de alimentos. Pero todo cambió en 2006. los precios apenas subieron ese año, pero aumentaron un 25% en 2007 y se fueron a las nubes en 2008. Países como Argentina y Vietnam, que siempre tienen saldos exportables, comenzaron a preocuparse por alimentar primero a su propia población y pusieron restricciones a las exportaciones. En USA los precios al consumidor apenas aumentaron. Pero para otros países el temor a la hiperinflación y a la escasez se hizo muy real.
"Cuando países dejen de exportar", dice Al Arabi Mohammed Hambi, consejero económico para los sauditas, "habrá serios problemas para los que no tienen autosuficiencia".
En el Gran Valle Tectónico de Etiopía, hombres muy jóvenes y flacos labran la tierra con arados de madera y bueyes, junto a chozas que parecen hechas de palillos de fósforos. Y más allá, hacia el lago, una cerca de alambres de púa clausura el paisaje. Del otro lado se ven tractores removiendo la tierra.
Son los terrenos del Sheik Mohammed Al Amoudi, multimillonario saudí que es muy amigo del Primer Ministro etíope, Meles Zenawi. Esa amistad lo ayudó a hacerse con minas, hoteles y plantaciones de te, café, caucho y jatropha (un posible biocombustible).
Zenawi, un ex-comunista vuelto paladín de la libre empresa, ofrece "tierra virgen" en arrendamiento. De las casi tres millones de hectáreas así calificadas, Etiopía arrendará, antes de la próxima cosecha, casi la mitad, por el bajísimo precio de u$s 1.25 la hectárea por año.
Los campesinos trabajan por u$s 0.75/día, pero el gobierno dice que "bueno, eso es lo que se paga".
Muchos campesinos dicen, sin embargo, que ellos son los reales propietarios y que han sido despojados.
Aunque tratos oscuros se han hecho también en Australia, Kazakstan y Ucrania, los de África son los más "controversiales". Hace algún tiempo el Financial Times informó que Dawoo, el conglomerado surcoreano, había hecho un trato para disponer del 50% de la tierra arable de Madagascar, pagando nada, para cultivar maíz y aceite de coco para exportación. La revuelta popular fue tan grande que el gobierno cayó en marzo pasado a consecuencia de un golpe de estado.
Algunos defienden esas políticas. Paul Collier, de la Universidad de Oxford, publicó un artículo en Foreign Affairs citando el ejemplo de Brasil, donde masas de dueños indígenas son desplazados para crear granjas de gran tamaño, y diciendo que "ignorar la agricultura comercial como fuerza del desarrollo rural es una pose ideológica".
Las naciones del Golfo Pérsico verán sus poblaciones aumentar en 50% para 2030 y ya ahora importan 60% de sus alimentos. En los 70s los sauditas probaron la irrigación intensiva y bombearon 300 millones de metros cúbicos en el desierto. Al comienzo de los 90s eran el sexto exportador mundial de trigo. Pero especialistas en medio ambiente les hicieron ver que estaban vaciando las napas de un recurso no renovable. Arabia Saudita terminará de clausurar sus campos en 2016. Por eso necesitan alimentos. Y ahí está África.
La espiral hiperinflacionaria tuvo muchas causas: terribles sequías, fondos financieros que quebraron y los subsidios para biocombustibles, que desalentaron la producción para el consumo humano. Los expertos dicen que los precios se estabilizarán, sí, pero muy por encima de los valores anteriores a la crisis.
Susan Payne, jefa ejecutiva de Emergent Asset Management, piensa que después de 2020 habrá una real escasez de alimentos. Cita escalofriantes estadísticas: las existencias de granos están a los niveles más bajos en 60 años, en 2008 ocurrieron multitudinarios desórdenes en 15 países por falta de comida, el calentamiento global está creando desiertos, el agua potable en China está desapareciendo y -finalmente- lo peor de todo: la población mundial aumenta al ritmo de 80 millones de bocas hambrientas al año.
Hay dos argumentos fundamentales contra las concesiones de enormes extensiones de tierra a un solo arrendatario. Uno tiene que ver con los derechos humanos pues la explotación de esa tierra se basa actualmente en miserables condiciones de vida para los trabajadores.
El otro es que se puede creer en el desarrollo sin aceptar el argumento de Paul Collier para quien el pequeño propietario es un obstáculo para el progreso.. En realidad, toda una escuela de pensamiento económico ha dicho que Collier está equivocado, que en agricultura "grande" no quiere decir "mejor" -y que esas concesiones no son adecuadas no sólo por injustas sino porque son un mal negocio.
Los campesinos etíopes han sabido que los inversores quieren aún más tierra. El Iman Gemedo Tilago, un anciano de 78 años envuelto en un shawl de algodón, sacude su dedo con energía, prometiendo que Alá no permitirá que la comunidad lo acepte pasivamente. Pero aún ese no es el problema inmediato. Los campesinos me dijeron que este año las lluvias tardan en llegar al valle. Si no vienen pronto, habrá hambre.
2 comments:
La verdad que es alarmante compañero, el tema es, les conviene a los inversores estas tierras tan impredesibles en cuanto a la violencia y a asegurarse la apropiación del producto...? en fin, esperemos que mejor se dediquen a la hidroponia en el desierto...
Qué panorama incierto planteas
Matt!
No hay duda que el alimento constituye el principal elemento para la subsistencia de millones,
ocurre, a mi parecer, que en los centros de poder mundial
no es la prioridad
porque de ser así el hambre podría menguar sensiblemente,
al parecer primero está salvar a los bancos,
interesan mas.
Buena semana Matt!
un abrazo
Adal
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